Cuando la luz del sol tomaba asiento
sobre tu tibia risa cada día,
se abrillantaba el cosmos y volvía
a decorar la vida el firmamento.
Mi corazón saltaba
por tu aliento
donde constantemente el aire hervía;
de tu mirada a veces parecía
como extraer lo nuevo su alimento.
Te separé del tiempo
entre mis brazos
y acristalé
la atmósfera
de casa
con esmeraldas vírgenes
y abrazos.
La soledad rugió
cuando te fuiste,
y aunque aprendí
a pensar que todo pasa,
se me quedó
costumbre de estar triste…
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